domingo, 16 de agosto de 2009

Presentación

Los textos y las imágenes que ves, se seleccionan a partir de un escrito del autor de este blog, relacionándolo con obras que repercuten en su forma de sentir y pensar. Tienden a ser breves, tomados como pasajes o detalles de un libro o de una serie visual, con las características propias de un blog que de por sí facilita la relectura y más tratándose de un material que al condensarse en una atmósfera poética expresa su contenido por medio de ritmos, sugerencias y silencios que a veces se hace necesario retomar.
En el homenaje que Susan Sontag le rinde a Roland Barthes a una semana de su muerte, en 1980, dice en una parte que aunque “todos sus escritos son polémicos, el impulso más profundo de su temperamento no era combativo. Era celebratorio. Estaba más interesado en alabar, en compartir sus pasiones. Fue un taxonomista del júbilo y del juego más serio posible de la mente.”
Darse espacio, en esta línea, es celebrar lo propio en otros, aquello que quisimos decir o lo pensamos incluso antes que nadie y pasó inadvertido, aun por nosotros, tal vez por estar demasiado llenos de todo y de nada significativo en particular.
Bueno, a lo mejor te lo das aquí.

2009. De agosto al próximo otoño

“A lectura” – 1997 –óleo sobre tela – Reynaldo Fonseca




Un libro abierto



Leí “piernas” donde decía “tiernas”
y fueron muchas las bailarinas,
se abrió un abanico de provocadoras,
una sala de espejos doblando a una
que se abanicaba, abriéndose de brazos,
cerrándose de piernas,
y al revés,
de atrás y de adelante,
saltando y deslizándose.

Sé que iba a perderme, como pasó,
y el libro cayó sobre mi sexo:
subía y bajaba, abierto sobre mí,
el Libro de la Desnudez Besada,
impregnándome de turgencias,
se me había montado,
cuchicheándome historias
de suavidades, agridulces,
salivas de rouge, qué mezcla a medias,
una pizca asquerosa
con unas ansias de venenos
que me anudaban como un moño
de arribabajo.

Había que soltar el libro.
Era hora de un sacudón.



Miguel de la Cruz




“Meninina e Pássaro” - óleo sobre tela – 1997 Reynaldo Fonseca




"Infancias", de Françoise Dolto



¿Te acuerdas de aquellos días en que eras pequeña?


¡Ah! Sí, estuve por lo menos tres días como esquizoide; me acuerdo muy bien del lugar en el que descubrí la ignorancia de los adultos. Era el costado de la pasarela que atravesaba las vías del tren por encima de la calle Ranelagh (1). Todos los días íbamos por allí a pasear, con la institutriz que se ocupaba de nosotros en casa y que me paseó desde mis cuatro años. Eso ocurrió después de cumplir cuatro años, entre los cuatro y los seis años, ya que todavía no iba a la escuela. Esta institutriz fue quien me enseñó a leer y a contar mucho antes de ir a clases. Recién fui a la escuela después de los seis años. Cada vez que subíamos a la pasarela, yo, como todos los niños, esperaba que pasara un tren allí debajo; y cuando el tren pasaba nos llenábamos de humo, y naturalmente eso me encantaba, a diferencia de los mayores que no comprendían que uno pudiese disfrutar de estar envuelto en humo. Es como chapotear en los charcos de agua para salpicar. Los grandes no comprenden lo divertido que es.

¿Era mágico el humo?

El humo era sobre todo el hecho de que el mundo desaparecía y que uno se creía en el cielo, eso era lo maravilloso, no ver nada, y de repente todo reaparecía, y escuchar debajo ese ruido grande que pasa y da miedo sin dar miedo, sólo un poco. Entonces, en ese momento me decía siempre, bajando la pasarela, ya que luego de subirla uno la baja por el otro lado de la vía del tren: “Ella me tiene que decir de todos modos lo que hay después de la muerte”. Era siempre en ese momento.

Volviendo del cielo…

Volviendo del cielo, ella tendrá que decírmelo de todos modos. Después me olvidaba, jugando, corriendo detrás de mi aro… y un día me dije: “No tengo que olvidarme”, porque ella siempre iba adelante para no llenarse de humo, y yo, que me quedaba en el humo, descendía corriendo para encontrarla. Pero al correr se me olvidaba la gran pregunta; entonces un día me dije: “No tengo que olvidarme de la gran pregunta”, y corría. “La pregunta, la pregunta, no hay que olvidarse, no hay que olvidarse, después de la muerte, después de la muerte, después de la muerte…”. Corría detrás de ella, que se encontraba después de la muerte. Es cierto, por otra parte, que cuando corremos detrás de los mayores, corremos detrás nuestro cuando seamos grandes, es decir, muertos en la infancia. Corremos detrás de nuestra muerte, todos, corremos nuestra vida. Entonces llegué y le dije: “Esta vez no tengo que olvidarme y es necesario que usted me diga la verdad acerca de qué es lo que hay después de la muerte”. Allí ella puso una cara seria, de fastidio y no dijo nada durante un momento prolongado. Y yo: “Pero esta vez quiero saber”. Y me enganchaba de su brazo, saltando para que ella no pudiera… me acuerdo muy bien. Entonces me dijo: “Tu sabes, Vavá, al cuerpo se lo entierra y el alma se va al cielo… -Al cielo, al cielo ¿qué es? ¿cómo es? –Bueno, se dice que… -Y entonces ¿no lo sabe?”. Me contestó: “No sé. Se cree, pero nadie sabe”. Entonces, según parece, me lo ha contado después, no hablé más durante nuestro paseo y al llegar a casa me quedé parada cerca de la ventana; siempre la muerte, la ventana…


Fragmento de:
Françoise Dolto
Infancias
Prólogo de Catherine Dolto
Libros del Zorzal, 2003



(1)Esta pasarela, que unía el boulevard Beauséjour con los jardines del Ranelagh, no muy lejos de la estación de La Muette, fue destruida hace algunos años y reemplazada por un pasaje subterráneo.



"Criança" -óleo sobre tela- 1997 Reynaldo Fonseca




Lolo quedado


Quedado en el abandono de unos padres inexpresivos, que además mueren, sin salirse del pueblo que uno quiere olvidar, aparece Lolo. Los fantasmas como él vuelven siempre al momento en que uno se pregunta: qué serán de estos pueblos perdidos, por debajo del mar, cuando las costas se desborden... Pensar en el futuro es una pregunta cósmica. El pasado es ruina ancestral, de donde viene Lolo.
Ahí viene. Su figura de peso aludo vuelve a vestirse al fondo de un baldío, con un sombrero de fieltro apolillado, como de liquen; una camisa de ferroviario; unas bombachas remendadas con retazos de varios colores. De lejos se distingue por su estatura de montañés o navegante nórdico, alto, sí, aunque se encorve por buscar achicarse para bajar de altura, zancudo cubriéndose de picotazos, habla lo justo y no escribe el diario de su vida, apenas se hace ver, abre en otros distancias, habladurías, bromas, pero también un dejo de horror lírico, una sombra de cuervo que pisa el vapor de los sueños, y les echa llave, los encierra a fondo.
Quedado en changas, Lolo desmaleza un solar, amontona pajas a horquilla, prende fuegos que echarán humos por todo el día, mientras las llamas duran lo que él tarda en fumarse un cigarro y en decirse algo, o nada, o todo. Por más que la vida sea muy hablada, él no, menos ahora en el geriátrico, QUE ha conseguido QUE lo dejen solo QUE calle QUE calle QUE calle
ahora lugar tiene
puede evadirse
no quiere con otros
prefiere a solas, dejar que los viejos se maten entre ellos como vio que pasaba con los jóvenes desde que se acuerda. Habladurías, bromas, el mal que forcejea con el bien. Mejor salir que entrar.
Quedado en mujeres, Lolo no llegó a ser ni el loco del pueblo. Debió soñar con ellas, las mujeres que le daban a ordenar sus jardines en los asomos de la primavera. Debió entrever sus transparencias por delante y detrás. Él sólo vio lo que hay que imaginar. Sentir es lo invisible, aunque tenga la fuerza de agitar las miradas y desencajarlas de las apariencias. Nunca debió sentir hablar de Fernando Pessoa: una pena, Lolo, porque se parecían en el sombrero y el perfil aguileño, el bigote de mosca sobre el labio pesado. Lolo debió ser como el poeta en Lisboa, un ser de muchas voces. Por algo hablaba solo, no se contenía, se había acostumbrado a que sus padres fueran y vinieran del campo al pueblo, mientras cuidaba vacas con un caballo viejo en la cuneta de la carretera. Un día la chacra no dio más, hubo que rematarla, pagar deudas con fierros; el gobierno, el clima, la falta de visión en los negocios, se llevaron el sacrificio de los años. Lolo vio cómo se llevaban todo, hombres de traje, gente de negro como los funebreros, y al verlos irse, debió aliviarse que lo despojaran de un montón de cosas de las que por él mismo no hubiera sabido deshacerse. Sus padres no lo resistieron y en poco tiempo se murieron, uno tras otro, primero que su hijo, respetuosos del devenir. Lolo tal vez murió, tal vez sigue afuera, recostado en la pared del geriátrico, oponiéndole al murmullo de fondo su voz que habla para adentro, sonando a pozo, una voz aspirada de bobo que bombea palabras desde unos soplos de desgano y las derrama en la confusión. Si todos hablan a la vez, lo que importa es callarse, que lo dejen andar por fuera del geriátrico, que vuelva a la hora de comer y a dormir, si es que vive, si aún lo acompaña la fuerza de hablar solo. Es que Lolo quiso su silencio, lo amparaba en su decir encorvado como una clueca a su huevo latente. El silencio incubaba los embriones de sus pensamientos que antes de nacer, morían, desvanecidos en el aire, en forma de palabras que se sueltan al campo como a gallinas al atardecer. A esta hora, Lolo le hablaba a su silencio como a los animales que se le fueron muriendo muy despacio; le hablaba quedándose en la misma muerte del perro, del gato, del caballo. Estaba tan entero en su silencio que si uno susurraba su sobrenombre insulso no iba a sonarle para nada ridículo, era como chistar a un animal que ocultaba su nombre para seguir a la intemperie y no al amparo de una tropa. Y Lolo sonaba a ese misterio que impondrían los sabios zaparrastrosos de la Antigüedad, así lo tomaran por un doble invertido de Papá Noel, un ladrón de juegos encarnando al hombre de la bolsa que roba el tesoro de los niños y es señalado así: “ahí viene”. ¡El fantasma de Lolo invocado por los mayores para intimidar a los niños a que se traguen de una vez la sopa de sapos y obedezcan al orden de la vida mediocre! Pero Lolo dejaba un saber oculto al pasar por la calle. Metido en su ser, de espaldas y de frente, qué carga llevaría en su bolsa secreta para que jamás se le escapara un monstruo, ni una queja de niño se removió en el envoltorio que tan bien le calzaba a su espalda. Adentro estaba el secreto, su verdadero nombre. Por fuera se había quedado en Lolo, un bulto.


Miguel de la Cruz


"Menino e Beija Flor" -óleo sobre tela- 1997 Reynaldo Fonseca



Ananga-Ranga

Por otra parte, hay diez especies diferentes de besos, y vamos a describirlos procediendo por orden:

El “beso Milita”, lo que significa “Mishrita” o reconciliación. Sucede cuando la mujer está enojada y no besa el rostro de su marido; entonces, él debe apoyar con fuerza sus labios sobre los de ella y mantener las dos bocas unidas hasta que el enojo haya pasado.
El “beso Sphurita”, lo que significa veleidad. Sucede cuando la mujer aproxima su boca a la de él, que le besa el labio inferior y retira su boca velozmente.
El “beso Ghatika”, nombre que tan frecuentemente emplean los poetas porque designa al beso que da la mujer. Sucede cuando ella, excitada por la pasión, cubre con sus manos los ojos del esposo y, cerrando los suyos, introduce su lengua en la boca de él y la remueve con una agitación tan suave, tan cadenciosa, que da enseguida la idea de otra y más completa forma de goce.
El “beso Tiryak”, lo que significa oblicuo. Sucede cuando el hombre toma con su mano el rostro de ella y muerde ligeramente el labio inferior de su boca.
El “beso Uttaroshtha” o beso en el labio superior. Sucede cuando la mujer está radiante de deseo y muere el labio inferior de su marido y él, por su parte, hace lo mismo en el labio superior de ella y los dos llegan así al más alto grado de pasión.
El “beso Pindita” o beso de conjunto. Sucede cuando ella toca con sus dedos los labios de su esposo, pasa por ellos su lengua y los muerde.
El “beso Samputa”, lo que significa beso en cofrecillo. Sucede cuando el marido besa el interior de la boca de la mujer.
El “beso Hanuwata”. Sucede cuando los amantes, sentados uno frente al otro, mueven los labios de manera provocativa y, después de algunos minutos en esta diversión, se intercambian el beso.
El “beso Pratiboha” o beso de aviso. Sucede cuando el esposo, después de alguna ausencia de algún tiempo, vuelve a la casa y encuentra a su mujer dormida sobre el tapiz en una estancia solitaria, posa sus labios sobre los de ella y aumenta gradualmente la presión hasta que ella se despierta. Esta es, ciertamente, la forma de besar más agradable y que deja más dulce recuerdo.
El “beso Samaushtha”, que es dado por la mujer. Sucede cuando ella toma entre sus labios la boca y los labios de su esposo y los oprime con su lengua, danzando en torno a él.


Kalyana Malla

Extraído de “El beso –Escenas y secretos del arte de besar-” Compiladora: Bárbara Belloc. Ed. Sudamericana, 2001.


El papel de la calle

La calle tiene sus metáforas, otros sentidos a los que indican sus direcciones numeradas, según suban o bajen de altura; y así como uno va pensando en otro al que hace mucho que no ve y de golpe lo encuentra, así se dan estos sentidos, en coincidencias que nos hacen saber que la previsibilidad será siempre inferior al misterio.
La metáfora cumple así la función de ir más allá de un referente habitual por medio de una semejanza que multiplique los significados de ciertas palabras en relación con ciertas cosas.
Para leer metáforas en la calle, conviene estar abierto a este tipo de arrebato aleatorio, lo que no significa obsesionarse en buscar cosas raras. Simplemente nos volvemos propensos a ver las cosas más de cerca, al punto de descubrir que desde algún ángulo o límite las estamos mirando por primera vez; en fin, vamos perdiendo un poco la superstición de creer que sólo lo obvio es lo real.
Las metáforas aparecen por sí solas, en la calle como en el arte; cuando menos se las busca, mejor se acierta con ellas y si se anda distraído, tanto mejor. Es lo que Picasso decía: "Yo no busco, encuentro".
Alguien me cuenta que ha visto un papel en la calle. Animado por el viento, se contorneaba y adquiría posiciones que marcaban un ritmo de desplazamiento, entre el piso y el aire. Era una escultura flotante cuya levedad le daba un aire de bailarín tocado por la trompeta de los ángeles. Iba improvisando unas figuras muy sugestivas y, por lo visto, de un alcance bastante superior a muchas de las obras en la línea del llamado arte efímero. Si se caía, lo hacía con elegancia y volvía a levantarse para recomponerse y transfigurarse en una estampa siempre cambiante, histriónica y humanizada.
Mientras se me describía la metamorfosis del papel, yo pensaba en Willliam Carlos Williams, más precisamente en “El término”, un poema suyo que dice:

Una hoja arrugada
de papel marrón
como el largo

el aparente volumen
de un hombre
rodaba con el

viento por la calle
lentamente una
y otra vez cuando

un auto le pasó
por encima y
la aplastó contra

el suelo. Contrariamente
a un hombre se levantó
de nuevo rodando

con el viento una
y otra vez para ser como
era antes.


Williams fue un maestro en el arte de captar situaciones de mínima resolución y fijarlas en una instantánea. Pero también ha sabido echar a rodar una imagen en secuencias cinematográficas. Este poema es un ejemplo de ello. La ruptura estrófica cada tres versos como el encabalgamiento de los mismos, denota el quiebre rítmico con que se desplaza el papel, describiendo su trayectoria, la duración en el espacio, una imagen casi corpórea del tiempo. El primer punto en la anteúltima estrofa, hace las veces de pausa para retomar en una suerte de eterno retorno el movimiento del papel. Detrás de un elemento vulgar aparece el contraste simbólico al intervenir la visión del poeta. La idea de "término", aquí, en oposición al destino humano, da lugar a que un comportamiento se repita sin modificarse su condición inicial.



Miguel de la Cruz


Algo de lo que hice

Miguel de la Cruz (Anguil, La Pampa, Argentina,1958) es escritor de poemas, relatos breves y artículos sobre arte y literatura. Ha publicado notas en el suplemento cultural “Caldenia” del diario “La Arena” y en la revista literaria “Museo Salvaje”, de La Pampa.

Obras publicadas:

en Vuelo plural, edición colectiva (1980)
Desde la trampa (1981)
Poemas regionales (1987)
Guía de ausencia (1994)
El sendero sin bordes (2003)

Realizó con el fotógrafo Horacio Echaniz un libro de fotos comentadas ("Naicó: imágenes contra-tiempo", 1993, inédito).

Charlas:

-Con Silvana Esteves: lecturas y comentarios sobre poemas bilingües en el Centro Cultural Malabares, 2004
-Bustriazo Ortiz y el aura de su estilo (Centro Municipal de Cultura) –convocado por la revista Museo Salvaje- 2004
-Transparencia y reflejo (la imagen poética en la fenomenología de Gastón Bachelard (Centro Municipal de Cultura) –convocado por la Fundación Osde- 2005
-Goya y lo inacabado (Consejo Deliberante de Santa Rosa) –convocado por la Subsecretaría de Cultura de La Pampa- 2006. Escribió, en base a esta charla, un ensayo con el mismo nombre, el cual acaba de ser publicado por el Museo de Artes.
-Lo duro y lo blando en Dalí (Consejo Deliberante de Santa Rosa) –convocado por la Subsecretaría de Cultura de La Pampa- 2007.

Publicaciones y actividades de difusión:

*Dirigió un número de la revista Sobre gustos, editada
por la Cooperativa de Arte Coarte (1995)
*Editó 22 números de la hoja literaria Despliegues
-hoja mensual de lectura incómoda- (1997-2000)
*Fue invitado al Festival Latinoamericano realizado en Rosario en 1997 y al Encuentro Iberoamericano de Poesía realizado en Capital Federal en 1999.
*En 2007, la Biblioteca “José Ingenieros”, de Capital Federal, lo invitó a leer sus textos en un ciclo dedicado a poetas del interior del país conducido por la poeta Inés Manzano.
*Ha participado, leyendo cuentos, poemas y analizando obras de arte, del programa infantil “El merendero” que difunde Canal 3 de la Provincia de La Pampa. Este programa fue recientemente ternado para el Premio “Martín Fierro” al mejor programa infantil del país.
*Dirigió un ciclo de lectura de textos poéticos en la librería Fahrenheit de Santa Rosa.
*Organizó a fines de agosto de 2009 "Cada tanto está bueno aparecer", una muestra de los dibujantes pintores Laura Beckman, Eduardo Vázquez, Claudia Espinosa y Daniel Ruiz (Museo de Artes de La Pampa)
*Trabaja en el Museo Provincial de Artes, donde es encargado de la Biblioteca y del área de Extensión Cultural. Reside en Santa Rosa (L.P.)

e-mail: piedrasblandas@yahoo.com.ar

Links

http://ventanaldesol.blogspot.com/